Bienvenidos a bordo

y gracias por acompañarme en este largo viaje sin retorno que es el de la maternidad. Me río yo de las peripecias de Ulises y de la paciencia de Penélope. Me río de los 12 trabajos de Hércules... ser madre sí es toda una aventura, a veces desesperante, casi siempre agotadora... pero siempre, siempre, siempre ¡tan gratificante! ¿queréis compartirla con mi familia?

lunes, 13 de febrero de 2017

Perezosos sueños de lunes.



Como cada mañana, mi despertador sonó a las 6:15. Como cada mañana, tuve que pensarme si efectivamente me levantaba pronto para ir a hacer deporte o me podía la pereza y me quedaba durmiendo un rato más. Ganó la fuerza de voluntad. Mordisquée una tostada por no salir en ayunas, me vestí y salí a correr un rato. Me sorprendió no cruzarme con nadie. Normalmente coincidía gente somnolienta camino del trabajo y con algún que otro barrendero "poniendo las calles".

Tampoco presté mucha atención la verdad. Mi cabeza a esas horas, y sin café, no funciona demasiado bien. Di la vuelta prevista y volví a casa para darme una ducha rápida, desayunar algo más consistente y salir pitando hacia el trabajo. De nuevo me sorprendió la escasez de viandantes, incluso de coches. El ejercicio, la ducha y el café habían hecho su efecto y ahora sí estaba en condiciones de fijarme. No circulaban autobuses urbanos, apenas vi algún coche por el camino, y no más de dos o tres personas, que obviamente no iban al trabajo sino que más bien volvían de fiesta.

A ver si me he colado y va a ser domingo o algo, pensé. Pero no, no, la fecha en mi móvil estaba clara. Lunes 13. Sacudí la cabeza y me apresuré. Con la tontería me estaba entreteniendo y aún iba a llegar tarde al trabajo.

Pero no llegué tarde, claro, ¡si no había tráfico! de hecho llegué la primera, ya que el parking de la empresa se encontraba todavía vacío. Como los de las empresas de alrededor, observé... definitivamente aquello no era normal.

Introduje mi llave en la cerradura pero no funcionó. Estaba como enmohecida, parecía llevar mucho tiempo sin usarse, pero yo misma la había abierto el día anterior, estaba segura. Decidí esperar un poco a que llegara algún compañero pero nada, por allí no aparecía nadie. Me acerqué al bar del polígono, un par de calles más allá, pero para mi sorpresa tenía el mismo aspecto desvencijado de la cerradura de nuestra puerta. También parecía llevar meses cerrado, pero juraría haber estado allí hacía solo unos días.

En estas, vi acercarse un coche de policía. Bueno, al menos podré preguntar a alguien, pensé. Pero, para acabar de rematar las sorpresas del día, del coche sólo salió un androide que me preguntó si me había perdido.

- "Pero si yo trabajo aquí al lado", repuse.
- "Trabajo" -me dijo con una voz de repente enciclopédica- "Acción y efecto de trabajar. Ocupación retribuida. Vigente hasta octubre de 2058 cuando los últimos vestigios fueron por fin sustituidos por la labor de las máquinas"
- "¿Cómo?" - pregunté - "¿2058? ¿ya no se trabaja? pero ¿en qué año estamos?"

El robot me informó de que estábamos en 2102, que el trabajo se consideraba propio de culturas antiguas y poco desarrolladas que necesitaban de su esfuerzo para ganar unas extrañas monedas que les servían para conseguir cosas. Me miró fijamente y tomó mi muñeca entre sus extrañas manos.

- "Amnesia" - dictaminó- "combinada con una extraña alteración neuronal que le hace creer que sigue en 2017. La llevaré al hospital donde los androides doctor podrán tratarla convenientemente"

Me había gustado aquello de que el trabajo se consideraba algo anticuado y que ya no hiciera falta para ganar dinero pero entonces, ¿de qué se vivía en 2102?

Pronto salí de dudas. En el hospital, tras pasar por las expertas manos de un androdoctor que decidió que sólo necesitaba unas cuantas dosis del fármaco XR42 y unas horas de descanso, me llevaron a una soleada habitación donde una viejecita charradora me informó de todo cuanto necesitaba saber.

Efectivamente, el trabajo había desaparecido del todo hacía ya muchos años. También el dinero. Ahora todo el trabajo lo realizaban máquinas pero como ellas no necesitaban cobrar ningún sueldo, los bienes que producían llegaban de forma libre al mercado, donde sólo había que pasar a recoger lo que hiciera falta. Por eso nadie ya madrugaba, ni tenía que desplazarse salvo por capricho. Seguía habiendo labores artesanas o creativas que mucha gente realizaba por hobby, pero no cobraba por ello. Me hubiera gustado seguir escuchando a la anciana pero el fármaco que me habían inyectado me estaba haciendo efecto y un pesado sopor se iba adueñando de mí poco a poco hasta que me quedé frita.

Lo siguiente que recuerdo fue que sonó el despertador. Las 6:15. Lo apagué de un manotazo, recordando que el trabajo ya no existía, pero alguna neurona de guardia se puso en alerta y me empeñó en mantenerme despierta. Por si acaso me asomé a la ventana y, ¡dichosa neurona!, ¡tenía razón ella!, allí estaba nuestro barrendero, dejando nuestra calle limpia como una patena antes de que la mayoría de vecinos saliéramos de casa. La luz parpadeante de mi móvil indicaba que mis amigas ya estaban también en pie, preparándose para un nuevo día de trabajo. ¿Pero cómo? ¿no se había extinguido ya esto? ¿Sería posible que sólo hubiera sido un sueño de perezoso lunes?

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