Bienvenidos a bordo

y gracias por acompañarme en este largo viaje sin retorno que es el de la maternidad. Me río yo de las peripecias de Ulises y de la paciencia de Penélope. Me río de los 12 trabajos de Hércules... ser madre sí es toda una aventura, a veces desesperante, casi siempre agotadora... pero siempre, siempre, siempre ¡tan gratificante! ¿queréis compartirla con mi familia?

viernes, 7 de agosto de 2020

Verano 2020, verano Covid #historiasdeviajes

 26/07/2020

Tengo morriña de Pirineo y muchas ganas de vacaciones. 2020 llegó pegando fuerte y todavía no ha terminado, pero no podrá conmigo. Las dudas empiezan a acompañarme. Hacer la reserva y soñar con poder realizar mis planes fue fácil pero el día se acerca, los contagios vuelven a dispararse y aunque ninguno tenemos síntomas de ningún tipo y seguimos extremando las precauciones día a día me taladra la idea de poder tenerlo y andar por ahí contagiando a gente.


Maridín no sabe a dónde vamos, me apetecía prepararle una sorpresa así que hice mis planes tratando de conjugar sus gustos (triscar como una cabra por los montes) y los míos (hotelazo con spa y buenas vistas) La guinda la pondrá el descenso en la tirolina gigante de Hoz de Jaca en una noche de luna llena. Creo que el menú ha quedado bien equilibrado.


En un alarde de optimismo he programado para el primer día la ascensión al pico Pacino, muy sencilla dicen. Eso espero, porque entre el virus y los calores últimamente me estoy moviendo menos que un gnomo de jardín. Confiaremos en eso de que el cuerpo tiene memoria, aunque como la tenga tan mala como la mía apañados estamos, siempre nos quedará la promesa del posterior spa para no decaer.


06/08/2020

¡Qué poco dura lo bueno! Un par de días de relax y desconexión y de vuelta a la realidad.


La subida al pico estuvo bien. Me pilló desentrenada, desde luego, y sobre todo las primeras cuestas fuertes me costaron. Resoplando como una vieja caldera y parando de vez en cuando a recuperar elros aliento fui subiendo. Las vistas durante todo el camino son espectaculares. Cuando no caminas por un bosque al que solo le faltan las hadas, te maravilla la panorámica de Sallent de Gállego con el pantano de Lanuza, pero sobre todo ver el altísimo pueblo de Formigal a tus pies. Ahí es donde te das cuenta de lo alto que has subido en poco tiempo y te perdonas por haber ido resoplando mientras te haces una foto para el recuerdo. Un último escarpado repecho y llegas al cartel indicador del Collado de Pacino y la flecha hacia el pico. Solo 600 metros más. 20 minutos dice. Pues vaya 600 metros. Tras las fotitos de rigor y un trago de agua, continuamos la marcha. Enseguida hace falta la sudadera. El viento se vuelve helador, quién lo diría a 3 de agosto, pero paso a paso, repecho a repecho, la cima está ya ahí.


Hago aquí un inciso para recordar aquello que os conté de los propósitos de este nuevo año. Como os dije, esta vez debía ser no un deseo sino algo que quisiéramos lograr y pudiéramos plantearnos como reto. En mi caso escogí terminar la tercera parte de mi saga de las brujas. Vagamente inspirados por una historia japonesa, decidimos que cuando lo lográramos subiríamos nuestra piedra a algún punto elevado durante una de nuestras excursiones y la dejaríamos allí. Así que aproveché esta subida para dejar mi objetivo cumplido en lo alto del pico.


Tras la bajada, mucho más cómoda, encontramos un rinconcito frente al pantano desde donde se veía perfectamente la montaña que acabábamos de subir para comernos nuestros bocadillos y por fin, al hotel. Siesta, spa, os ahorro los detalles.


Por la noche, mi gozo en un pozo. Tras un rato esperando nos confirmaron que hacía demasiado viento (de espaldas) para bajar por la tirolina. Calculaban que podríamos alcanzar una velocidad de 120 o hasta 140 km/hora y el impacto en la frenada tenía pinta de ser interesante así que, seguridad ante todo, cambiamos el salto para la mañana siguiente, lo que nos desmontaba el plan de acercarnos hasta el Ibón de Piedrafita.


¿Habéis bajado alguna vez por una tirolina de 950 metros? La tirolina doble más larga de Europa. Creía que las vistas sobre el pantano serían impresionantes pero, francamente, no lo sé. No te da mucho tiempo de enterarte de nada. Coges velocidad muy rápidamente (como para hacerlo con el viento de anoche, recordé) y solo podía pensar que eso era lo más parecido a volar de verdad que iba a sentir nunca. Una sensación muy distinta a la del túnel de viento, donde estás más concentrado en tu cuerpo, en mantener la posición para no desequilibrarte. Aquí sólo tienes que dejarte caer, perfectamente sujeta por el arnés, y disfrutar del viento en tu cara. En cualquier caso, muy recomendable. 


En cuanto a mis temores por el Covid... seguimos todos sin síntomas de ningún tipo. En todos los sitios a donde fuimos la gente respetaba escrupulosamente las precauciones básicas de mascarilla, limpieza y distancia. Creo que si todos le ponemos un poco de sentido común no es necesario volver a los confinamientos extremos. ¿Seremos capaces? 

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