Bienvenidos a bordo

y gracias por acompañarme en este largo viaje sin retorno que es el de la maternidad. Me río yo de las peripecias de Ulises y de la paciencia de Penélope. Me río de los 12 trabajos de Hércules... ser madre sí es toda una aventura, a veces desesperante, casi siempre agotadora... pero siempre, siempre, siempre ¡tan gratificante! ¿queréis compartirla con mi familia?

domingo, 30 de enero de 2022

Cuando te rompes

 A veces tu vida, mejor o peor organizada, simplemente va pasando a tu alrededor y, mejor o peor, has encontrado tu sitio en ella. Tienes un relativo equilibrio entre sus múltiples aspectos, siempre relativo desde luego, no es moco de pavo lo del equilibrio, pero bueno, ahí está, y más o menos, funciona.

Pero otras veces, a veces sin saber ni siquiera por qué, algo cruje en algún sitio. Una pequeña piececita de ese delicado engranaje se desplaza (a veces es una grande, pero eso ya es otra  problemática distinta, que no es de la que os quiero hablar yo hoy) Decía pues que una pequeña piececita se desplaza, quizás tan solo unos milímetros, pero de repente ya nada funciona como debería. Y cada cosa que se estropea mueve otra pequeña pieza, que estropea otra cosa. Y en cuestión de un par de días te encuentras totalmente perdida en tu vida, que aparentemente no ha cambiado pero ¿entonces? ¿Dónde está el desequilibrio? ¿Qué es lo que se ha roto? pues a veces somos capaces de descubrirlo pero otras no. O no inmediatamente. 


Ahí estoy yo ahora mismo, que no sé qué demonios se me ha roto en el engranaje. Claro que se me ocurren cosas pero creo que en este caso más bien ha sido la clásica gota que desborda el vaso. No estoy muy segura de qué gota ha sido, sin embargo. A veces es difícil separar el grano de la paja y una cosa que no soy precisamente es calmada. Cuando empieza a hervirme la sangre es fácil que me deje llevar y acabe diciendo cosas que no siento o dándoles más importancia de la que tienen, lo que desde luego no ayuda a encontrar soluciones, ni siquiera a contemplar el problema con claridad.

Llevo unos días muy cansada, a eso sí le encuentro un origen claro y razonable (en el ámbito laboral),  pero lo que no tengo tan claro es por qué me está durando tanto ni por qué ha contaminado otros  ámbitos como el personal. Supongo que también ahí había un vaso que se venía llenado poco a poco desde hace tiempo. Porque desengañaros. Los niños crecen sí, y se hacen más independientes y autónomos, desde luego. Nada que ver mis criaturas de 14 y 16 años con lo que eran cuando empecé a escribir este blog. El nivel de exigencia en cuanto a atención está muy lejos. Pero al final resulta que igualmente llegas a casa y te encuentras con que hay una lavadora terminada, una colada ya  seca por recoger y un lavavajillas lleno hasta la bandera pero que a nadie se le ha ocurrido tender/recoger/poner porque resulta que al parecer nadie está pensando en las cosas que hay que hacer en casa. Si se lo pido lo hacen sí, ¿pero por qué hace falta que se lo pida? ¿tan difícil es que se les ocurra a ellos que si acaban de desayunar y meten los cacharros al lavavajillas (cuando los meten porque marido e hija suelen dejarlos en el fregadero en la esperanza por lo visto de que algún duende bienintencionado los pase a la máquina) y aún viendo que ya está totalmente lleno no caen en ponerle una pastilla y darle a un simple botón. ¿O que si la lavadora pita porque ha terminado el programa hay que tender la ropa? ¿y que si el tendedero está lleno de ropa seca habrá que recogerla para poder tender lo siguiente? Pues parece que no, que solo se me ocurren a mí estas fantasías. 

Es un ejemplo tonto, pero a veces estas tontadas son las que desplazan un milímetro esa pieza que ya estaba mal ajustada porque ya se había desbordado el vaso laboral un par de días antes, moviendo otra pieza que había movido otra pieza. Y así es como la delicada maquinaria que mantiene nuestras vidas en precario equilibrio de repente un día se descuajeringa, obligándonos a replantearnos cosas, tratando de mantener además la cabeza lo más fría posible para no tomar decisiones precipitadas y claramente nefastas como mandar a tus jefes a la mierda y pedir el finiquito, cuando en realidad sabes que ni ha sido para tanto, aunque así lo sientas por el momento, ni requiere una solución tan drástica para mejorarlo. Pero también sabes que al final la solución, sea la que sea, no será suficiente,  porque no van a hacer lo que de verdad habría que hacer, y te devolverá momentáneamente un fingido equilibrio que otro día, tarde o temprano, se volverá a resquebrajar. 


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