Bienvenidos a bordo

y gracias por acompañarme en este largo viaje sin retorno que es el de la maternidad. Me río yo de las peripecias de Ulises y de la paciencia de Penélope. Me río de los 12 trabajos de Hércules... ser madre sí es toda una aventura, a veces desesperante, casi siempre agotadora... pero siempre, siempre, siempre ¡tan gratificante! ¿queréis compartirla con mi familia?

jueves, 26 de diciembre de 2019

Mi lado más Grinch

No, no me entendáis mal. Yo no odio la Navidad en sí misma, tampoco lo hacía el Grinch, no cuando descubre que en realidad hay algo más que regalos y aparentar.



Del Grinch se rieron por ser distinto y querer ser como los demás en Navidad. Se supone que es una época para compartir, ser mejor persona y demás. Pero no, en el cuento como en la vida real, son fechas para hablar de todo y de todos, juzgar y criticar, gastar ingentes cantidades de dinero en regalos que quedarán olvidados en pocos minutos porque todos, y los niños más que nunca, tenemos demasiadas cosas y no damos abasto para apreciarlas. También son fechas de comer como si se acercara una gran hambruna. Que no digo que no esté bien preparar alguna comida especial para disfrutar con tus seres queridos pero salvo que estos sean todo el equipo olímpico español, no hace falta cocinar para un regimiento ni obligar a nadie a comer hasta la indigestión. Harina de otro costal en, en muchos casos, la gente con la que forzosamente hay que juntarse. ¿Cuántas comidas o cenas acaban en discusiones? está bien verse con aquellos a quienes no ves a menudo pero a veces hay que saber seleccionar también y pasar un poquito de ciertos compromisos. Se trata de disfrutar, no de estar tenso toda la noche. Afortunadamente no es mi caso, pero seguro que más de uno ha asentido con la cabeza al leerme.

Ese tipo de cosas son las que no me gustan de la Navidad. Pero sobre todo no me gusta la inmensa bola de hipocresía en que se han convertido estas fiestas. Mientras unos gastamos dinero a raudales en regalos inútiles y comida a todas luces excesiva para celebrar que hace dos mil y pico años nació un niño en un pesebre porque sus padres no tenían donde dormir, a tan solo unos kilómetros tenemos refugiados malviviendo en campos poco preparados para el frío invernal o inmigrantes tratando de llegar a nuestras costas en busca de una vida mejor, o simplemente huyendo del horror. Con suerte hacemos unos minutos de reflexión y nos proponemos firmemente ser mejores personas para el siguiente año, propósitos que suelen durar menos que las doce campanadas, o simplemente nos quedamos con los ya desgastados objetivos que renovamos un año tras otro sin alcanzarlos nunca.

He visto a mucha gente quejarse este año, y con razón, de que mientras intentan ser razonables con los regalos de sus hijos, en los telediarios nos muestran salones repletos de regalos y felices niños abriendo paquete tras paquete. ¿De verdad tiene que salir eso en el telediario? ¿a nadie le chirría luego la noticia de otra patera naufragada en el mediterráneo? A mí sí, a mí en esas ocasiones me sale mi lado más Grinch y solo me apetece desaparecer del mundo por unos días, al menos hasta que la sangrante hipocresía navideña deje paso de nuevo a la rutina, igual de fea pero al menos más honesta. 

Y no es que me falte espíritu navideño, es que el que creo que mi espíritu no encaja demasiado en este mundo.

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