Vaya preguntita, ¿eh? os explico el contexto. Ayer iba con Guille por la calle y se estaba haciendo ya de noche. De repente vio la luna y se puso tan contento porque le encanta verla. Y así, sin transición me suelta: "mira, el niño pescando en la luna. ¿Tiene puerta la luna?"
Aclaración: el niño pescando en la luna es el de Dreamworks y sale al principio de Shrek pero no me preguntéis cómo lo vio Guille en la luna de ayer. Hasta ahí mi limitada mente de adulta ya no llega.
Le dije que no, que la luna no tenía puerta y su maravilloso cerebrito se preocupó inmediatamente: "Entonces, ¿el niño no puede salir de la luna?"
Traté de explicarle como pude que en realidad el niño no está dentro de la luna y por eso no necesita salir, que está encima de ella, pero para más inri ayer había luna creciente, más de media ya, así que era para verme tratando de explicarle que el niño se colgaba a pescar cuando la luna estaba más pequeña, cuando es como una sonrisa (éso dice Sofía)
En fin, que me lío. A lo que iba yo es a que cada día me maravilla un poco más la forma de pensar de mis hijos, su lógica, sus conexiones... el otro día me preguntaba Sofía si los mayores son más listos que los niños y me salió instantáneo contestarle que no, ni muchísimo menos. Que los mayores a lo mejor sabemos más cosas porque nos las han enseñado, pero que desde luego los niños son mucho más listos que nosotros.
¿O no es así? que levante la mano quien no haya perdido, en todo o en gran parte, esa capacidad de reflexión tan libre que tenemos de niños. Para empezar libre de supuestas verdades absolutas aprendidas a lo largo del tiempo, pero también libre de prejuicios sobre lo que debe ser y lo que no. Creo recordar que os conté ya aquél experimento que habían hecho en el metro de Washington con un violinista famosísimo interpretando con un auténtico Stradivarius algunas de las piezas más complicadas de su repertorio. ¿Créeis que alguien le hizo caso? Sólo una mujer, que le había visto tocar en alguna ocasión, le reconoció, pocas, muy pocas personas, le dirigieron al menos la mirada y, según leí, cuando un niño de corta edad, fascinado por la música, trató de quedarse a escuchar, sus padres tironearon de él sin el menor interés por parar ni un minuto.
No puedo olvidar este caso, es una muestra clarísima de hasta qué punto nos dejamos llevar por lo que se supone que es... la noche anterior cientos de personas habían pagado una media de 100 euros por sus entradas para escuchar al mismo músico. ¿Fue mejor la actuación en el Boston Symphony Hall que en el metro? dejando aparte consideraciones acerca de la mejor o peor acústica de cada lugar, un virtuoso es un virtuoso en cualquier parte, y el Stradivarius de 3,5 millones de dólares no creo que distinga escenarios.
Así que sí, últimamente me sorprendo demasiado a menudo deseando recuperar esa espontaneidad infantil para establecer razonamientos lógicos no sujetos a las estrecheces de lo supuestamente correcto. No cejo en mi empeño de conseguirlo y os invito a hacer lo mismo.