El caso es que me dio por pensar en esas primeras veces mías que se me han quedado grabadas a fuego y, aparte de la obvia, que no os voy a contar aquí, también por razones obvias, hay una que destaca sobre todas las demás. Seguramente no sobre mi primer embarazo (ese primer test positivo no tiene precio) ni sobre mi primer parto. Ni siquiera sobre los segundos, tan intensos como los primeros a pesar de no ser ya novedad. Pero sí tuvo una relevancia tremenda, probablemente por toda una serie de añadidos, claro. Las cosas nunca vienen sólas sino acompañadas de todo un contexto, de un pasado y de un futuro apenas vislumbrado pero que se adivina lleno de oportunidades.
El primer día en la universidad... ¡qué momento tan intenso! con lo que yo me había currado la selectividad para asegurarme el acceso a la carrera que quería. No recuerdo haberme esforzado tanto nunca más. Pero era la época en que yo todavía me iba a comer el mundo, ¿recordáis? Era la ruptura con algo que ya no servía y el inicio de todo. Nuevos amigos, nuevas oportunidades, nueva vida, en fin. Todavía sonrío cada vez que paso por este edificio (aunque en mi primer día allí el edificio nuevo que se ve a la izquierda, la nueva biblioteca, no estaba todavía) Pese a que al final las clases me resultaron bastante decepcionantes en general (a excepción de un par de profesores), pese a que al final sólo estuve allí dos años (estudiando, mi pertenencia a la asociación de estudiantes duró mucho más), sigue siendo uno de esos momentos que marcan una transición en la vida. Un punto de inflexión, como lo fue para mí mi año en Pau, y como lo fue sin duda el momento en que decidí ir a la presentación de esa asociación de nombre raro: AIESEC, que desde luego marcaría mis años universitarios y sin duda el resto de mi vida.
Os invito a reflexionar sobre vuestras primeras veces y, si os apetece, a contarlas aquí. Atención: el riesgo de ponerse nostálgico es elevado.
1 comentario:
¿No hay comentarios en este post tan interesante? Confieso que empecé a escribir uno hace unos dias, pero me enrollé tanto que era más largo que tu post en sí...jajaja... y acabé por borrarlo.
Si me dices que me quede con uno, sólo con uno... y así breve... la primera vez que me iba a hacer cargo yo sola de un cliente en la gestoría. Aún vivía mi padre así que no era como tirarte al vacío sin red. Tenia red, paracaidas, traje acolchado... pero aún así... era mi primer cliente para mí sola... lo iba a llevar yo sóoooolaaaa... Y el cliente... mejor dicho, su señora esposa... se presentó en la gestoria con dos bolsacas de estas tipo tienda de ropa en rebajas... talla de bolsa 15XL por lo menos... pues dos de esas bolsacas, llevas de papeles desordenados, desorganizados... con todo tipo de documentos inútiles, y donde no encontraba, porque no estaban, los realmente importantes. Encima en aquel momento mi padre había tenido que salir...
Recuerdo una sensación de vértigo, de ahogo, de zumbido en los oidos y de... Dios mioooooo esto no es lo que yo sé hacer... (pese a que me cansaba de hacerlo... pero cuando digamos lo que hacía era "ayudar"... tener que hacerlo sola, querer ser responsable, responder a las expectativas qeu han puesto en tí... bufff agobia mucho)... por supuesto, supe hacerlo. Eso y más. Sólo dos años después tuvimos que hacernos cargo mi hermano y yo de todas las bolsas desordenadas que siguieron entrando por la gestoría.
Por eso cuando ahora alguien me cuenta del susto que tiene ante situaciones similares, siempre cuento esto: el vértigo, la sensación de que se nubla la vista, de que tiemblan las manos, de que zumban los oidos...
Hasta que un dia al ver entrar por la puerta esas bolsacas llenas de papeles piensas: esta gente cuándo aprenderá a ser más ordenada...
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