Entraron en la
cueva emocionadas, sintiendo el dulce sabor de la aventura esperada. Y eso que
ni en sus mejores sueños hubieran podido imaginar lo que habían de encontrar
unas cuantas galerías más allá. Habían pasado muchos veranos en ese pequeño
pueblo costero y conocían sus acantilados como las palmas de sus manos. Estaban
totalmente seguras de que la entrada a la cueva que ahora estaban explorando
había permanecido años cerrada. Tenía que haber sido el reciente temblor de
tierra que había sacudido la localidad el que había propiciado su apertura. La
habían descubierto ya el día anterior pero sabían bien que no podían
aventurarse en una cueva desconocida sin un mínimo de preparación así que,
apenas echaron un vistazo y decidieron volver a casa para preparar bien la
excursión. Necesitarían cuerdas, linternas, comida por si pasaban más tiempo
del esperado… tendrían que hacer una lista.
Pero por fin
había llegado el momento de investigar. Con las mochilas bien cargadas de todo
lo que habían juzgado necesario, pronto encontraron la primera bifurcación. No
querían arriesgarse a perderse a la vuelta así que marcaron el camino por el
que habían venido con una tiza. Poco a poco la penumbra iba invadiendo los cada
vez más estrechos pasillos y pronto necesitaron encender sus grandes linternas.
Decidieron que con una sería suficiente, no querían arriesgarse a quedarse sin
pilas en las dos. Durante un buen rato siguieron vagando por el laberinto de
grutas, siempre marcando perfectamente el camino escogido cada vez. Ya empezaban
a aburrirse y estaban planteándose volver cuando el pasillo por el que
caminaban comenzó a ensancharse. Siguieron un rato más y, para su sorpresa, a
la vuelta de la siguiente esquina les esperaba una amplia estancia. Al
recorrerla con el haz de su linterna vieron algo en uno de sus laterales que
las dejó de piedra: un gigantesco esqueleto del tamaño de un dinosaurio.
Emocionadas, creyeron haber hecho un descubrimiento importantísimo, ya se veían
en las portadas de algún periódico… pero, al acercarse para examinarlo, su
sorpresa fue aún mayor. El esqueleto en cuestión tenía patas cortas, cuerpo muy
largo ¡y la estructura de lo que sin duda habían sido unas alas! ¿Era realmente
un dinosaurio? Quizás era su imaginación pero habrían jurado que aquello tenía
toda la forma de un dragón de leyenda. Excitadas por el descubrimiento,
deshicieron rápidamente el camino hasta salir de nuevo a la luz. Sólo entonces
se dieron cuenta del hambre que tenían. ¿Cuánto tiempo habían pasado ahí
dentro? Bajaron hasta la playa y se acomodaron para comer sus bocadillos y comentar
lo que habían descubierto.
¿Qué os parece? el comienzo de todo libro es importante, pero también es difícil, casi tanto como lograr un buen final. ¿Os apetece seguir leyendo? Ya me contaréis.
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