Bienvenidos a bordo

y gracias por acompañarme en este largo viaje sin retorno que es el de la maternidad. Me río yo de las peripecias de Ulises y de la paciencia de Penélope. Me río de los 12 trabajos de Hércules... ser madre sí es toda una aventura, a veces desesperante, casi siempre agotadora... pero siempre, siempre, siempre ¡tan gratificante! ¿queréis compartirla con mi familia?

sábado, 18 de enero de 2020

Sobre el aprendizaje, el mito de la caverna y el famoso pin parental

Hace poco me preguntaban en el curso de una entrevista por el aprendizaje. En realidad la pregunta era muy concreta y enfocada a algo muy preciso, pero yo solo pude abrir mucho los ojos, abrumada por la enormidad del concepto, y responder algo como "¿Aprendizaje? "aprendizaje es todo!" me extendí muchísimo en la respuesta, la verdad es que la conversación estaba resultando muy natural, lo que seguramente me dio pie a divagar alegremente y, aunque al final logré centrar mi respuesta, recuerdo haber hablado mucho de cómo todo, y todo lo que nos rodea, es una oportunidad de aprendizaje.

En un mundo cada vez más acelerado, en el que si parpadeas te quedas obsoleto, la capacidad de mantener ojos y oídos bien abiertos lleva camino de convertirse en ventaja evolutiva. Esto es así en general pero más claramente aún en el mundo laboral. No sólo los niños que se están formando ahora lo están haciendo para trabajos que ni existen todavía ni tenemos siquiera la capacidad de comenzar a imaginarlos, es que los adultos que estamos ya trabajando, o nos ponemos las pilas o no llegamos en activo a la edad de jubilación. La formación continua es una necesidad, pero formarse no es solo hacer dos o tres cursos al año. Aprender tampoco es solo pagar una entrada carísima para escuchar a un gran gurú. Se aprenderá mucho de él, no lo dudo, pero hay muchas más fuentes de aprendizaje.

Yo aprendo cosas del barrendero de mi calle al que saludo por las mañanas y con el que me paro un momento mientras le hace unos mimitos a mi perra, de cualquier conversación con los operarios de la fábrica en la que trabajo, del saber estar y el giro de cintura de un camarero dando una respuesta de 10 al cliente impertinente que tengo al lado, al que a mí solo me apetecía darle una colleja a ver si se callaba de una vez.



Aprendo de una peli, de una lectura y de las Redes Sociales, que cada vez veo más claro que son Platón, las sombras, el mito y la caverna, todo a la vez. De ellas también desaprendo, colapso incluso. Que después de mi disertación sobre el aprendizaje vaya a echarle un ojo a Twitter y una mayoría abrumadora de mensajes sean sobre el pin parental (con opiniones para todos los gustos) me deja perpleja. Porque yo estoy abierta a muchas opiniones, pero buscarle la lógica a que unos padres consideren una buena idea limitar el acceso a la información y al aprendizaje a sus hijos, francamente, no consigo entenderlo por más vueltas que le de. Será que necesito seguir aprendiendo, y escuchando muchas más opiniones, preferentemente distintas a la mía, porque escuchar lo mismo que yo ya pienso puede resultar reforzador en algún caso, pero desde luego no es nada enriquecedor.

Así que sigo aprendiendo, y aprendo de mis compañeros de trabajo, de cómo resuelven una u otra cosa o responden a situaciones de tensión, aprendo de las decisiones que toman mis jefes, para bien y para mal, aprendo cada día de mi relación de pareja, de cómo resolvemos, o acabamos estropeando más las pequeñas crisis del día a día. De los errores se aprende también, se aprende muchísimo. Y aprendo infinitamente de mis hijos, de su visión fresca y menos contaminada del mundo y las relaciones. Si no lo hacéis ya, probad a hablar con niños de vuestro entorno más cercano de vuestros problemas personales, contádselos a ver qué piensan y qué os aconsejan.

Yo aprendo mucho de mis dos hijos, desde luego, pero seguramente me aproveche más de la inmensa inteligencia emocional de mi hija. La de veces que me habrá aconsejado sobre mis problemas con este supuesto amigo que os comentaba recientemente (y la de veces que me habrá hecho ver que nos estábamos comportando como niños de primaria) Hablando de eso, os diré que mis buenos propósitos de arreglar las cosas con él siguen en buena forma. Se puede decir que la cosa se ha suavizado mucho y, visto desde fuera, hasta podría parecer que va viento en popa, pero lo cierto es que no me quito de encima la sensación de que no es real. Supongo que una vez que algo se ha roto, por mucho mimo que pongas en repararlo ya nunca queda igual. Se me ocurre que ante esto hay dos opciones obvias y una tercera más intrigante. Las dos obvias son: "ha quedado hecho una chapuza, lo tiro y hasta aquí" o, "bueno, no ha quedado muy bien pero me da pena tirarlo, lo conservaré". Ninguna me motiva demasiado la verdad, pero mientras pensaba en esto, me he acordado de algo que leí hace un tiempo sobre el arte japonés del kintsugi, que parte de la idea de que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y no solo no deben ocultarse sino que es bueno resaltarlas de forma que embellezcan el objeto a la vez que nos recuerdan su historia. Francamente, no tengo ni idea de cómo trasladar esta filosofía a una amistad rota o estropeada, pero me fascina la idea. Una vez asumido que ya nunca volverá a ser igual, para qué negar lo evidente, ¿por qué no potenciarlo? a ver si conseguimos algo incluso mejor. Si alguien tiene ideas sobre cómo hacerlo, soy toda oídos.

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