Suspirando
fuertemente, Esther alargó su mano libre y con todo cuidado sacó la pirámide de
su caja. De repente tomó un color verde esmeralda y pareció recorrida por un
sinfín de pequeños relámpagos en su interior.
De
nuevo Esther susurró unas extrañas palabrejas y, sin saber muy bien cómo, las
dos hermanas se vieron metidas en un extraño viaje. A su alrededor todo parecía
moverse muy deprisa pero ellas no sentían nada raro. El paisaje se fue
oscureciendo hasta volverse negro del todo. Podían ver múltiples remolinos a su
alrededor pero ninguno las dañaba. Finalmente, la velocidad de todo aquello
disminuyó por fin. Volvían a verse árboles y rocas a su alrededor y por fin
todo paró. Estaban solas en un paraje que recordaba vagamente al que acababan
de dejar pero que evidentemente no era el mismo. Decidieron bajar hacia la
playa a ver qué encontraban pero apenas habían dado un par de pasos cuando la
tierra comenzó a temblar.
Pensaron
que sería otro movimiento de tierras pero pronto una gran mole que se acercaba
lentamente hacia la playa las sacó de su error. No podían creer lo que veían.
Hacía apenas unas horas habían estado mirando dibujos y reproducciones de esos
enormes bichos prehistóricos ¡y de repente tenían uno delante de sus narices!
Era
enorme, pero masticaba tranquilamente unas hojas de árbol así que no les asustó
demasiado. Desde luego no tenían ninguna gana de cruzarse con él, pero al menos
no había riesgo de que las atacara para comérselas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario