Bienvenidos a bordo

y gracias por acompañarme en este largo viaje sin retorno que es el de la maternidad. Me río yo de las peripecias de Ulises y de la paciencia de Penélope. Me río de los 12 trabajos de Hércules... ser madre sí es toda una aventura, a veces desesperante, casi siempre agotadora... pero siempre, siempre, siempre ¡tan gratificante! ¿queréis compartirla con mi familia?

domingo, 26 de mayo de 2019

Si yo fuera rica

Esto es un clásico. Cierra por un momento los ojos y piensa: si no necesitara ganar una cantidad mínima de dinero al mes, ¿a qué me dedicaría? ¿estaría en el trabajo en el que estoy ahora mismo? Estoy bastante segura de que tu respuesta a esta última pregunta es un rotundo NO. Pocos contestarían que sí, por desgracia, aunque haberlos haylos, claro.

Yo hace mucho tiempo que tengo clara la respuesta a la primera pregunta. A la segunda es cierto que mi respuesta ha ido variando a lo largo del tiempo pero ahora mismo sería claramente no.

Tampoco será ninguna sopresa si os digo que me dedicaría a escribir. Y no creáis que no lo intento pero no es nada fácil llegar a vivir exclusivamente de esto. Yo lo intento, que conste. Probablemente no con la suficiente constancia y esfuerzo, pero es que tampoco es fácil compatibilizarlo con un trabajo que te dé de comer, una familia... me falta tiempo, me falta dinero y sí, me falta capacidad de esfuerzo, seguro, y me sobran ganas de dormir, porque también está la opción de ganarle tiempo al sueño pero uff, lo que me faltaba ya.

Pero, aun con todo, a mi marchica, poco a poco, voy dando pasos, unos mayores que otros, hacia mi objetivo y oye, quizás no lo alcance nunca al nivel que a mí me gustaría, pero los pequeños o grandes logros conseguidos por el camino valen mucho y no hay que olvidar reconocerlos y celebrarlos, que a veces se nos olvida y nos fijamos solo en los que nos falta.


En fin, os dejo que tengo una nueva idea para otro libro, y donde no hay trabajo ¡no hay éxito posible!


domingo, 12 de mayo de 2019

En papel de semillas

Seguro que os acordáis (y si no, pinchar en el enlace y os lo recuerdo) de esa actividad tan chula que hice con Sofía y los chicos de Atrapavientos: el cementerio de miedos. Pues bien, a raíz de ella, se me ocurrieron otras muchas utilidades para esto del papel de semillas y no paré hasta conseguir unos cuantos pliegos para uso propio. Lo cierto es que mis experimentos han tenido resultados bastantes dispersos, lo que ha dado alas a mi imaginación para darle a cada uno una explicación, más o menos acertada, más o menos extravagante. Os cuento algunas de las cosas que he hecho y mis teorías al respecto.

Otra de las ideas que comentamos en la actividad fue escribir sobre nuestros sueños, lo que dicho sea de paso, a priori me molaba mucho más que escribir sobre mis miedos, porque ya sabéis, plantar tus sueños y hacerlos crecer suena muy bien pero eso de hacer crecer tus miedos... uff...

El caso es que se lo propuse a Guille y enseguida se apuntó a escribir su sueño. Yo aquel día tenía otra idea muy distinta en mente. Sabéis que, a veces, cuando se nos va alguien, se nos quedan cosas pendientes de decir, espinitas clavadas. A veces incluso cosas por las que sabemos que deberíamos haber pedido perdón en su momento pero es demasiado tarde para hacerlo. Bueno, he aquí otra utilidad del papel de semillas: dejar por escrito todo aquello que quisimos haber dicho y ya no podemos contar en persona y plantarlo, a ver qué pasa. No deja de ser un simbolismo, sabéis que yo soy muy terrenal, pero también me gusta creer en la magia, aún sin creer en ella (bueno, yo me entiendo). Al grano; Guille y yo plantamos nuestros papelitos juntos en la misma gran maceta y el resultado ha sido francamente exhuberante. Buena mezcla por lo visto.




Si no me equivoco en la cronología, lo siguiente fue, según nuestros rituales de fin de año, plantar justo tras las 12 campanadas nuestros deseos para el año entrante. Sobre esto tengo mis dudas. Se quedó en la terraza de la abuela, donde habíamos celebrado la Nochevieja y no sé, no sé... juraría que ahí no ha crecido nada, pero tampoco sé si me hizo mucho caso cuando le dije que lo regara mucho al principio para que germinaran las semillas. En fin, veremos...

La última vez que estuvimos en el pueblo, decidimos escribirle una carta al yayo, ya fallecido. No porque tuviéramos cosas pendientes con él sino simplemente porque le gustaba tanto el pueblo que pensamos que sería bonito plantar allí nuestros pensamientos hacia él, en la casa que tanto disfrutó. No puedo hablaros aún del resultado, hasta que no volvamos por allí no veremos si ha germinado o no pero apostaría porque sí, en esa tierra crece todo y coincidió que las semanas siguientes fueran abundantes en lluvia así que me sorprendería no encontrar nada cuando volvamos.

Pero el experimento que más loca me trae no es ninguno de éstos. Como recordaréis, de los papelitos que plantamos en el cementerio me traje un retazo con mis dos miedos más personales para plantarlos en casa. Crecieron sanos y fuertes hasta el punto de que hace poco tuve que transplantarlos porque pensé que su macetita se les quedaba ya pequeña.

Pues bien, se me ocurrió pasarlos a otra maceta donde había plantado papeles de semillas pero no había crecido más que un pequeño brote. En realidad había dos, en una no había crecido nada de nada. ¿Y qué había allí plantado? pues un desahogo de estos en los que tienes una buena empanada mental y necesitas soltar. 8 hojas salieron, de descarnada y tal vez algo agresiva sinceridad. Un texto de estos que sabes que son solo para ti, que nadie más podrá leer, porque además si no lo haces así, no serviría. El caso es que en vez de destruir el texto, como habría hecho anteriormente, decidí plantarlo a ver qué daba. Bueno, pues nada, no dió prácticamente nada. Mi teoría es que el único brote que germinó fue el correspondiente a la última frase, en la que me sacudía por fin todo el yo, yo, yo, pobrecita de mí, y tal, y terminaba con un punto de bueno, vale, ¿y ahora qué? ¿qué vas a hacer para cambiar todo esto? Seguro que no tiene nada que ver, pero ya sabéis de mi afición por la simbología de todo y a mí esto me cuadra, aunque no tenga ni pies ni cabeza racionalmente hablando, así que me lo quedo.

El caso es que, como lo escrito en ese momento no dejaba de tener mucha relación con esos dos miedos míos tan personales que me traje a casa y habían crecido tan sanotes ellos, decidí transplantarlos allí. Os lo creáis o no. ¡Se han secado!



Todavía estoy trabajando en una de mis fantasiosas teorías que explique este nuevo fenómeno (que nadie intente contarte la versión perfectamente racional del asunto, esa no mola, prefiero quedarme con mis símbolos, gracias), tengo alguna idea, pero me falta darle forma. Al fondo por cierto, se puede ver ese pequeño brote que se empeñó en surgir pese a todo. Hubo un momento en que parecía que lo perdía pero al parecer se ha recuperado con el transplante y vuelve a luchar por su supervivencia. Entre las hojas secas se ve todavía alguna verde, no estoy segura de si son brotes nuevos o supervivientes de los antiguos. Lo seguiré observando y elucubrando sobre sus motivos. Por algun extraño motivo, me fascina todo esto y me dejo llevar por mi imaginación por encima de todo raciocinio. La relación entre mis miedos y mis malestares actuales en forma de planta. No me diréis que no da juego el asunto (si ya, que me pilla un psicólogo por banda y se frota las manos).

Y no, no es que me aburra precisamente, que sé que algun@ lo está pensando. Entre familia, perra, trabajo, formación y el inminente lanzamiento de mi nuevo libro, del que pronto os daré una primicia, la verdad es que voy bien servida. Quizás todo esto de las plantitas sea solo una vía de escape más, pero no me voy a poner ahora a psicoanalizarme, descuidad, solo nos faltaba ya eso, encima de que escribo poco se me va la pinza. La próxima entrada será normal, ¡lo prometo!










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